« Clamé al cielo por un nuevo encuentro, sabía que hoy
sería el último.
La luna estaba creciente también su olvido.
Pasé la mano por su pecho en forma de despedida”.
Todo principio tiene un final.
Nataly sabía que su relación con Samuel estaba acabada.
Fueron tres meses encogidos, llenos de besos, SMS y apenas unos encuentros.
Su amor estaba en el aire. Vivían solo con la emoción de una
mirada.
Había mucho miedo a formar una relación. Estaban fuera del
tiempo.
Su amor sin definición era abstracto y desdoblado.
Muchas espadas entre el sol y la luna.
El era un maestro ascendido. Ella una dama con estrella.
Se querían. Era un amor imposible, condenado al olvido.
Necesitaban cambiar tanto que una vida no era suficiente.
El amor de Nataly por Samuel era incondicional. Sin
preguntas se lanzaba al abismo del deseo.
Samuel no amaba por
instinto.
Sometido a una estructura
clásica, el amor era solo una fantasía.
Creía en el destino. Se preguntaba por qué le llegaban
amores imposibles. Cuál sería el aprendizaje. Intuía que el desapego estaba
presente. “Amar sin poseer”.
Un amor de otoño. Sin sentimientos definidos.
Nataly se revelaba a este amor sin futuro.
Apegarse a un
imposible, era una meta difícil y dolorosa.
Un paradigma eterno, escondido en las entrañas.
Ella con un vestido rojo y una corona con estrella en la
balaustrada de un palacio.
Él un maestro iluminado por la mano de Dios. Alas y
estrellas sujetándole. Enseñando.
La copa del existo con una cesta vacía y una mariposa que se
extingue en su último vuelo a la libertad. Su amor estaba predestinado al
olvido como en una tirada del Tarot.
Eran más que amigos y menos que amantes. Inscritos en el
akas de tiempo. Se desdoblaban.
Sin compromisos, se amaban por los poros de la piel.
Nataly como mariposa
se dejada llevar por la marea de la luna nueva.
Entre ellos el tiempo no existía, tres meses fueron tres
vidas.
La imaginación es poderosa.
Pequeños actos insignificantes pueden convertirse en grandes
sentimientos de amor.
Para los amantes de la luna llena...
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