Se conocieron en un congreso de espiritistas,
con una sola mirada ya sabían que serian inseparables. Como la noche para el
día eran el uno para el otro. Compartían sus almas al igual que sus libros.
Él era cura, vivía en un monasterio dónde
clasificaba libros, cultivaba hierbas y hacía pócimas, era alquimista.
Ella era madre soltera, liberal y no creía en
la Iglesia. Una soñadora de libertad.
Durante años vivieron alejados del mundo,
compartiendo su felicidad.
Eran pura alquimia
Dos en uno buscando la piedra filosofal en
perfecto equilibrio con el Cosmos.
Hace cinco años que él se fue…. Desde entonces
ella se pierde en África para encontrarle.
Su casa tiene un minarete blanco donde han hecho
un nido de amor eterno… lleno de mar y golondrinas. Su amor es como una
estrella que brilla en el firmamento.
La mujer del
alquimista es etérea como una nube.
Llegó a este pueblo blanco buscando la luz y
el susurro del mar. Su rito liminal es una lluvia de estrellas.
Su minarete está rodeado de cinco mezquitas,
allí descansa, mira el cielo, habla con
él y viajan por el mar azul que les
rodea.
Veinte y cinco años al lado de un alquimista
te dan una ideología diferente. Eres su
espejo, heredas la sabiduría de los ancestros.
Uno más de los químicos del Planeta. Tienes el poder de fluir entre las
tormentas. Nada te hace daño excepto tu propio yo. Movidos
por las olas del anonimato estudiaban las formulas del amor eterno como elixir
de la vida. Sabían que si rompían sus rituales se perderían. El rito les
alimenta cada día.
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