sábado, 19 de julio de 2014

Pension Gibraltar




Sol  llegó a Tánger entre pajareras gigantes.                                                                                    Sus padres compraron una pensión en la calle de la Libertad. Tenía un  local con puertas a la calle y decidieron abrir una tienda de antigüedades. 
Los tatarabuelos de Sol emigraron a Fes en la diáspora de Sefarad. Sus padres se conocieron en el cementerio, cada sábado iban a visitar a sus ancestros.                                                                          Su padre tenía un comercio de telas en la mejor calle del Mellah. Importaba telas de la India. Hicieron mucho dinero y acumularon muchas riquezas.
Cuando Sol  nació su madre tenía miedo de que su única hija corriera la suerte de Sol Hachel, decapitada en Fes en 1820. Por esta razón le puso un nombre musulmán, cambiaron toda su identidad e emigraron a Tánger. 
Eran los años 30, Tánger hervía. Sus calles llenas de gente de todos los continentes que venían a cambiar sus vidas. Buscaban la libertad…la encontraron en África. Religiones diversas, razas, profesiones, un acumulo de diversidad. Soñando sueños. 






La Pensión Gibraltar como se llamaba el negocio de sus padres estaba enfrente del Hotel más lujoso de la ciudad.  Desde la terraza se podía ver la península.                                                                        El nombre se lo dio su antiguo dueño, un comerciante judío que dejo al amor de su vida en Gibraltar. Un amor prohibido separado por el Atlántico.                                                                                   Dicen que miraba cada día la puesta de sol esperando que llegara su princesa de la montaña de Tarik.
La niña Sol creció con estas fantasías románticas que la hicieron desear ser la protagonista de las mismas. Y así pasó… 
Un buen día llegó a la pensión un vendedor de esencias de origen judío. Su madre le pidió antes de morir que viajara a Tánger, dónde encontraría noticias de su padre. 




A Sol le encantaban los pájaros   de colores. Tenía varias pajareras gigantes con especies exóticas traídos de la Amazonia. Eran su tesoro, les cantaba, limpiaba y alimentaba como hijos propios. En su romanticismo, soñaba con abrir las jaulas en algún paraíso perdido… 
El vendedor de esencias se quedó prendado con la belleza de esta criatura que acicalaba los pájaros.
Cuando la madre de Sol supo que pretendía a su hija, se descompuso.                                             La historia se repetía como una espiral volvía a los orígenes.                                                                          Su hija no podía casarse con un judío. 




Los dos enamorados paseaban por las calles de esta ciudad cosmopolita, libres, sin cadenas sociales. Iban al cine Rif, era su preferido,  a la salida  tomaban caracoles.                                                     Para  Sol  no era un problema la religión, se sentía unida a este hombre, era el personaje
Y así eran, como  el  pueblo elegido  que de una u otra manera encuentra  su identidad  renaciendo de sus cenizas. Ellos también habían sido elegidos. 
Los padres de Sol intentaron chantajear al vendedor de esencias. Sabían por los papeles que encontraron en la pensión, que el antiguo dueño era el padre del chico y que la princesa de la montaña de Tarik, era su madre. 
También le confesaron sus orígenes judíos y los miedos de perder a su única hija.  


                        

El vendedor de esencias era joven y valiente. Una noche de  baile de carnaval en el Teatro Cervantes con su disfraz de zorro le hablo a la colombina Sol de sus orígenes.                                                                    Que sus padres tenían miedo de perderla y por esta razón abandonaron su religión. Sólo en Tánger podrían vivir sin una identidad religiosa.
Así estaba Sol como una mariposa revoloteando.                                                                       Cuando supo de su origen judío, una luz entró en su corazón.                                                           Inmersa en su idiosincrasia, una paz la acogía dándole raíz, había encontrado la razón de su existencia. Se sentía parte de un todo. Se amaba a sí misma y le amaba a él.
                                           


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