Había una rata en la cocina.
Una rata en la casa que Iulia quería abandonar. Era
presagio de mal augurio. Quizás…
Se preguntaba si existía la magia.
Quería arrancar la raíz, ahora ya no podía esperar.
¿Qué nos hace sentir repelús por un animal tan pequeño?
La expresión por “arte de magia” se aplica perfectamente al
sentimiento de desprecio que Iulia sentía por esta casa de ladrillo
visto que no hace tanto tiempo la sujetaba.
Cuesta sentarse en las
sillas que un día nos levantamos.
Hace tiempo que Iulia se mueve por los mismos espacios, busca inspiración…
“Hoy he soñado contigo.
Estabas tan presente…
La magia de los sueños, tan cerca y tan lejos.
A veces me olvido de tu existencia. Otras no puedo.
Onírico, bipolar…amargo y dulce”
Iulia era un ave en un Paraíso perdido.
Se escurría por rincones de ausencia, sudando la piel del
otro.
Los hombres habían sacado ya las chilabas de invierno de
lana y fieltro.
Sentada a horcajadas en el Kirikia sentía que podía volar.
Elevarse de la tierra
para conectar con el espíritu.
Tenía miedo de
desaparecer. Miedo de caer al absoluto e infinito vacio.
La rata fue el acto definitivo que llevo a Iulia
tomar la decisión de cambiarse de casa.
Encontró un espacio pequeño con vistas al mar, frente a la
muralla antigua.
Apenas cuarenta metros para llenarlos de imaginación.
Había decidido volver a escribir.
Había decidido volver a escribir.
Necesitaba un tabernáculo.
Dakhla era un anhelo…magia.
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