Esperaba El “Munkine”.
Sentada al lado del parque esperaba lo posible.
Todo a su alrededor se derrumbaba.
El día era tranquilo pero sus efluvios eran amargos.
Defraudada por el amor y por la amistad.
Inmóvil sentía que el
mundo se había parado, así como el ritmo de su corazón.
Observaba la felicidad ajena
y se preguntaba ¿Por qué la suya se había congelado?
¿Por qué su mundo se hacía pedazos?
Un vagabundo con los pies torcidos y cara de Quasimodo la
asustó sacándola de su letargo.
“Alisenda no sufras”…
Era privilegiada, con buena salud, guapa e inteligente pero
tenía un corazón blando de “natillas”, dulce y desparramado.
Hacía exactamente una semana que pasó por el café el hombre
que desde hacía un año movía sus endorfinas.
Si existiera el desdoblamiento del tiempo, pediría volver
atrás siete días para revivir el viernes pasado. Volver a encontrarse en la
medina, ver la puesta de sol escuchando sus elogios y acabar en un lugar
apartado para besarse.
Su primer beso fue en el callejón del estramonio
Allí perdidos por el aroma venenoso sus cuerpos se unieron mientras sus bocas
sellaban un pacto de sangre.
Primitivo encuentro…
Él era como un oso salido de su hibernación, buscaba
aparearse con pasión y brusquedad.
Ella mariposa frágil casi etérea quería mover sus alas sin
miedo a perderlas.
El oso estrujó a la mariposa y la convirtió en flor.
Una flor con ganas de crecer sola en un campo hermoso.
Hoy todo es distinto el deseo navega en el olvido. Nada es
lo mismo.
Cuando te adentras en tu ombligo huyendo de la tristeza, te
conviertes en un capullo. Solo
tienes que esperar el momento de ser crisálida.
Una llamada para saber que todo lo imaginado era mentira.
Una música para llevarte a las habitaciones de las mil y una
noches.
Salir del letargo es más fácil cuando la música sale del
techo del café, parece caída del cielo.
Alisenda tejía su tela de araña para evitar sufrir más. Sus
hilos eran fuertes y elásticos, apenas un agujero para salir a buscar comida.
Ah…habibi…
Eso era lo que necesitaba un mordisco en el cuello que le
chupara la sangre, como un vampiro.
Ya no sentía el peso de la amistad perdida, su mejor amiga
la había llamado por la mañana, su imaginación le había jugado una mala pasada.
No era lo mismo con el amor, su amante se había esfumado
como la espuma.
Alisenda seguía buscando el camino, se acoplaba a sillas de
plástico de cafés anónimos esperando una respuesta.
¿Cómo asumes el abandono?
El ruido de las olas contra el malecón le sirve de escudo.
Sabía que hombres y mujeres eran diferentes.
Era tan fácil para ellas caer en el juego del amor.
Ellos usaban la cabeza, fríos y calculadores.
Alisenda era
soñadora.
Había tenido muchos amantes, seguía sin encontrar el amor.
Tenía una edad donde esta búsqueda era secundaria.
Su último amante despertó todas las teclas, una sorpresa
sentir un amor tan vivo.
Si, pensaba que
existía un desdoblamiento del tiempo…
Las células eran energía, como tal no morían, pueden estar
dormidas pero basta un soplo para despertarlas.
Alisenda un ser libre,
etéreo y pasional sin raíces volaba hacia el Paraíso.
Ellos, sus amantes seres agarrados a sus tradiciones,
incapaces de despegar.
Atados a la tierra, responsables de mantener la
reproducción. Cargados de tanta vida…
Alisenda una flor abierta capaz de ser mariposa o pájaro.
Portadora de la semilla, siempre en movimiento buscando el
agua. Creadora.
Su última relación le había enseñado “el síndrome del
espejo”
La mujer espejo.
Ese mismo espejo que a veces contenía la luz.
Su amigo se presentaba para alcalde no podía ir besando a
una chica por la calle.
Lo escondido hacía la relación más atractiva, lo deseado, la
contención formaban parte del juego de la seducción.
Mientras Alisenda tejía su tela llenándola de creación.
La retórica como aprendizaje.
Decidió retomar la pintura que tantas veces le había servido
de colchón para dormir sus ansias.
Había comprado una tinta hecha con cuerno quemado. Negra
retórica.
Según iba cayendo la tarde aparecieron en la playa reflejos
naranjas.
Alisenda lo quería todo,
solo el mar la calmaba, usaría la retórica.
“Conocerse así mismo es existir cien veces” Farid
Ud-din Attar.
El rey Simurgh en el Lenguaje de los pájaros decía, “Mi sol
es un espejo”.
Así tendría que verse Alisenda como un sol. “La mujer sol”.
Decidió pasar la tarde en el café de siempre donde sus
parroquianos cantaban cortas melodías y jugaban al dominó. Había un cielo lleno
de nubes blancas. Un estar calmo.
Estaba anestesiada, las endorfinas dormidas. Tenía un amante
que no veía, pero existía.
Por un lado no le gustaba ser la mujer que espera la llamada
del amor. Por otro le daba una tranquilidad desconocida. Durmiendo en el
plácido estado de la espera.
Un rico té a la menta la despegaba de su incierto.
Vivía en un mundo antiguo que se modernizaba por momentos.
Había elegido esta sociedad para desarrollarse, encontraba otros valores. En el
amor era lo mismo.
Alisenda nadaba en
una piscina de placebos.
Acostumbrada al amor platónico le costaba adaptarse a una
realidad donde su corazón estaba atrapado…
El mundo de hombres adolescentes que la rodeaba la animaba a
sentirse princesa.
El hombre que recoge los papeles altruistamente, espera su
recompensa. Un café.
Lo que más excitaba a Alisenda era el secretismo de este
último amor.
Se veían en sitios apartados, la noche era su momento.
Amantes iluminados por las velas y las puestas de sol.
Su amor no tenía futuro solo presente.
Mientras llenaba su mundo de creación, pintaba, escribía,
paseaba, esperaba su próximo encuentro rellenándolo de SMS.
A veces el presente se esfumaba. Aparecía la frustración y
el miedo.
Ya no conseguían verse, él siempre tenía una escusa.
No todos los seres eran tan libres como ella. A veces para
dar un paso necesitaban muchas horas de reflexión.
Después de una cita
de amor frustrada Alisenda lo celebra con un pastelito de color rosa y amarillo.
Happy New Year.
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