lunes, 19 de enero de 2015

La casa de los gatos II



Está sola… ¿Cómo llenar la maleta de ilusiones?
Despertar…
Un andar despacio por el destino. Ser…
Buscar respuestas…
Reina viaja al otro lado dejando atrás la historia.
Camina por las orillas de Iberia con el susurro de un adiós en cada paso.
A lo lejos otro continente África…se acerca un barco amalgamado de gaviotas.
Adiós  Iberia.
Reina vuelve a abandonar al hijo, atormentada.
Los catorce kilómetros del Estrecho servían de estocada a su maternidad.
Matar a la madre para encontrarse con el ser.
“Trato de recorrer nuevamente mi vida en busca de su plan” Marguerite Yourcenar.
 
Tanta emoción  llevó a Reina al colapso. Un esguince en el tobillo la dejó postrada en la cama.
De repente se dio cuenta que no era un gato. Era humana.
Atendida por las amigas se sentía querida. Entendía la idea…humanidad.
La casa de los gatos se disolvía. Se alejaba del rincón de los sueños… sujeta por la realidad.
Sentada en la escalera de los humanos tendría que sujetar su alma felina.
Un mundo lleno de amistad.                                                                                                                       
    Agradecida pasaba las horas. El tiempo evaporado. La ilusión suspendida.
La habitación blanca de cuatro camas se convirtió en su tabernáculo.
Un plato con una estrella y dos cuadros de paisaje marino…su despertar.
Cuatro paredes eran todo su universo. Las risas de la calle su música.
Por las tardes venían las mujeres a tomar café.   
             Había una energía espléndida en la habitación sanadora.
¿La magia, el mal de ojo, los celos, podrían provocar un esguince?
Reina creía en la magia. Su ideología ancestral  era su instinto.
Un mal de ojo sólo era una mirada de resentimiento por celos o envidias.
¿Esa energía en ebullición podía provocar catástrofes?
Si, la magia existe…
 África era mágica porque aún existía la magia.
 

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