martes, 23 de septiembre de 2014

Trozos de Iulia





Día de equinoccio, llueve, adiós al verano, adiós al amor imaginado.                                                          Iulia se libera de las cosquillas en el estomago, vuelve a encontrarse consigo misma, vuelve a ser feliz en su mundo de escritora, vuelve a ver pasar los burros que van al aparcamiento.
Es curioso cómo nos movemos por los rincones del alma sin alterar nuestro cuerpo.                         Nadamos sin fondo, pero nadamos.
Un romanticismo exacerbado nos acompaña, sin pudor nos abraza por las noches haciéndonos sentir vivos.                                                                                                                                                   Equinoccio de verano calmo y tierno.


“Debieron amarse hasta morir derrotados por el deseo” Isabel Allende.

Empezó su segunda novela, basada en una mujer con muchas vidas y dos grandes pasiones, las casas y los hombres.  La protagonista recorría un camino paralelo a la propia existencia de Iulia, viajando entre fantasías y realidades. Luces y sombras daban vueltas en su cabeza.
Cuanto más deseaba partir, más raíz tenia. Alquiló una casa muy rota. Un nuevo contacto con la tierra. Después de pasar dos años en una cama, el trabajo físico la curaba.                                      Volvía a sentirse viva.
Arropada por las olas en el chiringuito dónde iba a ver las puestas de sol.                                                     

 “La mer estaba rabiosa e indeleble.




Iulia paseaba por la playa con su falda blanca, unida a “la mer”. Como un hada alada su cuerpo esbelto acariciaba el horizonte. Siempre fue una princesa, de  crepúsculo tímido y envolvente.
Se sentía pletórica con esta nueva luna llena, se amaba a sí misma.
Había vuelto a “la mer”, sola. No compartía sus horas, había cerrado un círculo.
 

 


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