viernes, 4 de septiembre de 2015

Batul, la judía errante




Se movía como sonámbula entre dos mundos.
Vivía en un apartamento nuevo de una sola habitación.                                                                       Dormía en una cama con dosel de madera de pino.
Cuatro maletas como mesillas de noche, guardianes de su pasado con libros, fotos  y algún  que otro objeto.
Batul había vuelto al lugar donde nació. Un círculo lleno de aristas... Tantas vidas en una.
De niña su padre tenía un puesto de churros donde  se hizo fuerte amasando la pasta  blanca de harina, agua y levadura.
Se casó muy joven con un comerciante de especias que la llevó al otro mundo.                                          La familia de su marido regentaba una tienda de embutidos en un pueblo de manantiales en la alpujarra granadina.
De la noche a la mañana Batul comió cerdo sin percatarse que era una carne prohibida.                             Le gustaban esos bocadillos de jamón con tomate que preparaban tolas las tardes para la merienda.
Batul entró en otro mundo con los ojos cerrados y sin preguntas.
Tuvo tres hijas que fueron testimonio de una vida llena de amor y sacrificio.
La música cambio sus vidas. Batul cantaba canciones judío-marroquíes sin saber porque.       Sus hijas heredaron estos sonidos desde la cuna. “Las tres reinas” era su nombre artístico.       Se hicieron famosas y dieron conciertos por todo el mundo.
Aquí en el lugar dónde nació, Batul recuerda como sus hijas le cantaban para que el dolor por una piedra en el riñón se desintegrara. Como un ritual atávico, las niñas emitían sonidos inspirados por los ancestros.



La marea estaba baja, había muchas islas…
Vivía en Lala Ratma.                                                                                                                                                     Se bañaba al atardecer cuando el sol se reflejaba en el agua y todo era de color anaranjado.                                                                                                                                                        Era el barrio de sus padres, tantos recuerdos, olía a mar.
Atrapada por el destino había alquilado un local donde impartía clases de español.
Una mezcla de azul y naranja en el horizonte de su deambular.





Era un ser bipolar. Subía y bajaba como ave migratoria.
Solo la enfermedad le hacía parar. En uno de sus viajes al origen, compró un trozo de tierra e hizo una casa de barro, un sueño que terminó debido a su estado físico. Era asmática y se resfriaba con facilidad. Le costó mucho reconocer su fatiga, hasta que por fin decidió emigrar al mundo civilizado.                                                                                                                                              Alma errante buscaba lo que ya poseía, una raíz.
El contacto con el mar. Volvía a “la mer” como un ser ancestral lleno de olas.                                               Ellas las abandonadas la envolvían cada vez que se bañaba. El horizonte azul y gris marino acariciaba su cuerpo. Sirena adornada de guirnaldas. Arena y sal durmiendo en sus rincones.
Por las tardes iba al mismo café,  miraba la vida pasar… escribía historias.
Hombres y gatos jugando en la existencia.
Un té a la menta en una tarde calurosa de verano  era suficiente para su alma.
A su edad era sensible como el ala de una mariposa.
En la búsqueda de su identidad, Batul había renunciado al amor físico. Se movía en el espíritu. Las presencias amorosas la sostenían. Caminaba por encima de las olas sin mojarse.
¿Cuántos mundos dentro de un mundo?                                                                                                       ¿Cuánto dolor concentrado?                                                                                                                           ¿Cuánto tiempo sin un beso?
Batul se refugiaba en el arte. Después de muchos años había vuelto a la pintura.
El color y la materia siempre habían sido elementos estables en su vida. Le daban raíz, tierra y lugar.         Las puestas de sol le ayudaban a respirar.
La revelación.
Un ser  tan libre como Batul se movía como pez en el agua por las tres culturas.
Sabía que su nombre era de origen árabe y significaba virgen.
Su padre era musulmán y ella se había casado con un cristiano.
Toda su vida fue buscando una raíz que de forma reveladora la llevaba a orígenes judíos.
Fue en casa de un amigo dónde tuvo la revelación. En la entrada había una cruz invertida.
Batul se sentía aturdida por los recuerdos.
Fue al café, compró churros en el mismo puesto ambulante que hace años era de su padre.
¿Por qué la casaron con un comerciante cristiano?
Batul  había vivido tantas vidas que a estas alturas casi nada podía alterarla.


Estaba ante la posibilidad de confirmar su ascendencia judía.
La visita a la casa de su amigo era un libro abierto a su pasado.
Esa calle siempre le contaba historias. “Salomón el joyero judío que vino de Europa a instalarse en la casa de gallo…”







Hacía un día tórrido con aire caliente del desierto.
Anclada en este pueblo junto al mar…origen del círculo.
Esperaba la siguiente parada, quería bajar al desierto. Cruzar el Atlas…
Andaba con sandalias de música junto a indigentes llenos de otros mundos.
Voces antiguas emanaban de los rincones.



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