Se movía como sonámbula entre dos mundos.
Vivía en un apartamento nuevo de una sola habitación.
Dormía en una cama con dosel de madera de pino.
Cuatro maletas como mesillas de noche, guardianes de su
pasado con libros, fotos y algún que otro objeto.
Batul había vuelto al lugar donde nació. Un círculo lleno de
aristas... Tantas vidas en una.
De niña su padre tenía un puesto de churros donde se hizo fuerte amasando la pasta blanca de harina, agua y levadura.
Se casó muy joven con un comerciante de especias que la
llevó al otro mundo. La familia de su marido
regentaba una tienda de embutidos en un pueblo de manantiales en la alpujarra
granadina.
De la noche a la mañana Batul comió cerdo sin percatarse que
era una carne prohibida. Le
gustaban esos bocadillos de jamón con tomate que preparaban tolas las tardes
para la merienda.
Batul entró en otro mundo con los ojos cerrados y sin preguntas.
Tuvo tres hijas que fueron testimonio de una vida llena de
amor y sacrificio.
La música cambio sus vidas. Batul cantaba canciones
judío-marroquíes sin saber porque. Sus hijas heredaron estos sonidos desde la
cuna. “Las tres reinas” era su nombre artístico. Se
hicieron famosas y dieron conciertos por todo el mundo.
Aquí en el lugar dónde nació, Batul recuerda como sus hijas
le cantaban para que el dolor por una piedra en el riñón se desintegrara. Como
un ritual atávico, las niñas emitían sonidos inspirados por los ancestros.
La marea estaba baja, había muchas islas…
Vivía en Lala Ratma.
Se bañaba al atardecer cuando el
sol se reflejaba en el agua y todo era de color anaranjado.
Era el barrio de sus padres, tantos recuerdos, olía a mar.
Atrapada por el destino había alquilado un local donde
impartía clases de español.
Una mezcla de azul y naranja en el horizonte de su
deambular.
Era un ser bipolar. Subía y bajaba como ave migratoria.
Solo la enfermedad le hacía parar. En uno de sus viajes al
origen, compró un trozo de tierra e hizo una casa de barro, un sueño que
terminó debido a su estado físico. Era asmática y se resfriaba con facilidad.
Le costó mucho reconocer su fatiga, hasta que por fin decidió emigrar al mundo
civilizado.
Alma errante buscaba lo que
ya poseía, una raíz.
El contacto con el mar. Volvía a “la mer” como un ser
ancestral lleno de olas.
Ellas las abandonadas la envolvían cada vez
que se bañaba. El horizonte azul y gris marino acariciaba su cuerpo. Sirena
adornada de guirnaldas. Arena y sal durmiendo en sus rincones.
Por las tardes iba al mismo café, miraba la vida pasar… escribía historias.
Hombres y gatos jugando en la existencia.
Un té a la menta en una tarde calurosa de verano era suficiente para su alma.
A su edad era sensible como el ala de una mariposa.
En la búsqueda de su identidad, Batul había renunciado al
amor físico. Se movía en el espíritu. Las presencias amorosas la sostenían.
Caminaba por encima de las olas sin mojarse.
¿Cuántos mundos dentro de un mundo?
¿Cuánto dolor concentrado?
¿Cuánto
tiempo sin un beso?
Batul se refugiaba en el arte. Después de muchos años había
vuelto a la pintura.
El color y la materia siempre habían sido elementos estables
en su vida. Le daban raíz, tierra y lugar.
Las puestas de sol le ayudaban a respirar.
La revelación.
Un ser tan libre como
Batul se movía como pez en el agua por las tres culturas.
Sabía que su nombre era de origen árabe y significaba
virgen.
Su padre era musulmán y ella se había casado con un
cristiano.
Toda su vida fue buscando una raíz que de forma reveladora
la llevaba a orígenes judíos.
Fue en casa de un amigo dónde tuvo la revelación. En la
entrada había una cruz invertida.
Batul se sentía aturdida por los recuerdos.
Fue al café, compró churros en el mismo puesto ambulante que
hace años era de su padre.
¿Por qué la casaron con un comerciante cristiano?
Batul había vivido
tantas vidas que a estas alturas casi nada podía alterarla.
Estaba ante la posibilidad de confirmar su ascendencia
judía.
La visita a la casa de su amigo era un libro abierto a su
pasado.
Esa calle siempre le contaba historias. “Salomón el joyero
judío que vino de Europa a instalarse en la casa de gallo…”
Hacía un día tórrido con aire caliente del desierto.
Anclada en este pueblo junto al mar…origen del círculo.
Esperaba la siguiente parada, quería bajar al desierto.
Cruzar el Atlas…
Andaba con sandalias de música junto a indigentes llenos de
otros mundos.
Voces antiguas emanaban de los rincones.
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