sábado, 13 de diciembre de 2014

Iulia II


Por razones del destino Iulia no viajó a Dakhla.
Alquiló una casa en la antigua medina. Desde la terraza podía ver el mar, era como estar en un barco, podía echar el ancla. Todas las tardes veía las puestas de sol.
Había vuelto a escribir.
La llamada de la oración la conectaba con su espíritu. Pedía por aquellos que no habían encontrado el camino. Hablaba con los pájaros, unos pequeños todos negros que venían  a dormir en la buganvilla del vecino.
“La mer” estaba presente. Apenas cien meros entre su cuerpo y las olas.
En una mesa redonda de plástico azul claro, mirando el mar pensaba en la felicidad.                    
Todo era rosa, las gaviotas volaban alegres en el cielo coloreado.                                                                                                                                            Iulia sentía el contento de estos seres que tienen la suerte de tener alas para volar.
Un silencio absoluto… el canto del mar… un atardecer mágico.





Era un placer mirar el cielo, los pájaros.  Estaba atada a “la mer”.                                            Incondicional era su amor por este espaci
marino.                                                                                                                                                     El sol bailaba con las nubes en una cuna rosa.                                                                                      Iulia tenía un nido entre nubes, olas y gaviotas.                                                                                        Siempre quiso vivir al lado del mar, muchas veces estuvo cerca.
La casa barco la inspiraba con  recuerdos pegados a esa línea del horizonte.                                      Un bien estar acompasado. Un mar azul serpenteado de almenas coloreadas.                                         El batir de las olas y la llamada a la oración formaban el tándem mágico.
Iulia escondía un secreto hermético.
El horizonte cada vez más marino. Un acumulo de nubes blancas y grises se amontonaban en el lugar exacto donde se pondría el sol, en un atardecer de tormenta intenso.  
“Mientras me siga sorprendiendo el lugar que habito y pueda salir a las calles como si fuera la primera vez que las he pisado, me quedaré”.                                                                                
Iulia se sentía en paz mirando el horizonte.  Los pequeños barcos  salían a pescar.
Qué fácil es sentir el amor prestado.
Había recibido un paquete con ropa y objetos varios que la mantenían viva. Se sentía querida.
Su anonimato la estaba matando.
La necesidad del otro es tan fuerte como la corriente…te lleva a los abismos, te dejas abrazar…
Iulia estaba perdida se sentía sola. Un malestar muy hondo la rodeaba.
Hay personas que te dan luz.
Entre los objetos varios se encontraba un candelabro de bronce, una bandeja de plata, dos vasos de cristal uno amarillo y otro rojo y dos cuchillos dorados.
Se sirvió unas lentejas con mucho comino y cilantro fresco en uno de los cuencos decorados de Fez y encendió una  vela.
Todos estos objetos estaban dentro de un farol de hierro forjado.                                                    Ahora estaba en casa de Iulia, tenía  tanta presencia como un amante.                                            Lleno de luz…con una espiral en la cabeza, amor en estado puro.                                                       La amistad una vez más abría un camino…
La terraza de la casa barco se había convertido en su tabernáculo.                                                  Todos los días como los pájaros se dejaba envolver por los efluvios de despedida.                 Disfrutaba de esos momentos volaba… era todo azul claro…
Hay luna llena, está detrás de esas nubes rosas.                                                                                    Mi amor entre dos palmeras con nubes doradas en un cielo gris blanco.





Iulia espera la llamada de la oración para dejar la terraza.
Ya está saliendo la luna llena. Está más blanca que nunca abrazada de nubes grises.
Otro día azul y soleado. Cielo y  mar unidos por una línea infinita.
Ya están llegando los barcos, habrá pescado.
Amada por la atmosfera. Espera a la luna…
Iulia era supersticiosa. Había roto un pequeño espejo con marco de plástico azul.                          Siete años de mala suerte.
¿Qué pensamientos rondaban su cabeza en esos momentos?
¿Qué era la mala suerte?
Después de siete años  ¿vendrá la buena?
Atrapada en la superstición decidió echarse a la calle para vivir la calidez del sol en la terraza de un café.
Salam maleikum compartidos… cotidianos salvaban su alma.
Antes de salir de casa había colocado un “Kri-Kri”, amuleto de protección en el lugar donde estaba el espejo.
Todo cambia. Iulia empezaba nuevos negocios. Una tienda, nuevas emociones, otra raíz.
Dejaba el  mundo contemplativo. Esta luna nueva traía la acción.
Pintaba, tejía, escribía, cocinaba, llenaba sus días.
 Para vencer a la mala suerte iba contra corriente con su secreto a cuestas.
“La belleza es efímera, todo perece, cambia”.
 Renace…
Había soñado con su último amante.
Todo era mentira.
 El mundo onírico inventa historias para  entender la realidad.
Se sentó en la mesa de siempre, al sol, llevaba la cabeza mojada.
Este ritual era su preferido, le inspiraba. No era muy sano un café con churros.
Era el precio por la inspiración…
“Inspiración divina” Esa era la respuesta a la pregunta. ¿Qué nos inspira?
Zelis  ponía la tierra para sus raíces.





Un solo sueño, vivir en el desierto en una casa de barro.
“Solo con la visión del tobillo, en la terraza de un café, recordaba las noches de amor con la luna llena y el rugir del mar. Su amante era un hombre de campo, de aspecto rudo, especial, único. Toda la brutalidad se deshacía con el contacto físico. Se ablandaba como un caracol por su baba”
“La mer” estaba indeleble, su corazón también. Paseaba por las calles con una sonrisa.
Todo era amor…
Una puesta de sol dorada, llena de naranja en un mar azul calmo.
Bandadas de pájaros…hasta mañana, inchaallah.

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